DE CAMAJUANÍ AL ESCAMBRAY (PRIMERA PARTE)

1 11 2013
La primer vez que Fidel Castro se reunió cuando en La Habana con el II Frente del Escambray (8 de Enero de 1958). De pie a  partir de la izquierda: el Dr. Armando Fleites, Fidel Castro, Eloy Gutiérrez  Menoyo, y Aurelio Nazario Sargen. Agachados: Roger Rodríguez, Genaro Arroyo y Miguel García.

La primer vez que Fidel Castro se reunió cuando en La Habana con el II Frente del Escambray (8 de Enero de 1958). De pie a partir de la izquierda: el Dr. Armando Fleites, Fidel Castro,
Eloy Gutiérrez Menoyo, y Aurelio Nazario Sargen. Agachados: Roger Rodríguez, Genaro Arroyo y Miguel García.

París, 15 de julio de 2013.

Querida Ofelia:

Estoy seguro de que este testimonio de nuestro viejo amigo Miguelito, te traerá muchos recuerdos de aquellos tiempos en que también nosotros vivíamos en Camajuaní.

“Después de algunas acciones que hice como revolucionario tanto en mi pueblo de Camajuaní como fuera de él, ya conocía a bastantes revolucionarios, gracias a mi militancia en el Movimiento 26 de julio en Las Villas y en La Habana, junto a Eliope Paz, Luciano Nieves Metres y Carlos Martínez Reyes (médico de Vega Alta). Carlos me presentó a Faustino Pérez en La Habana cuando los dos estaban presos en el Castillo del Príncipe y yo fui a visitarlo por indicación de Eliope. Le dije a Faustino que quería alzarme, él me contestó que para ello necesitaba un equipo de combate. Le pregunté en qué consistía ese equipo, a lo que contestó: ‘un rifle, muchas balas, un uniforme y botas’. Le expresé: ‘si yo hubiera tenido todo eso ya me habría alzado en las lomas de Santa Fe de mi pueblo’.

Cuando regresé a Camajuaní, Carlos Gómez me dijo que me necesitaba para que fuera por los campos cercanos a nuestro pueblo a recoger algunas armas. Lo hice varias veces en unión de Paulino Reyes, Alfredo (Cucuyo) Rodríguez y un grupo de guajiros de La Sabana. Al ir de noche por la sitiería a recoger armas, rodeábamos los bohíos, llamábamos a los guajiros por sus nombres y les gritábamos que éramos del Movimiento 26 de julio. Cuando salían le decíamos: ‘sabemos que tú tienes una escopeta o un revólver y te lo venimos a confiscar’. Algunos se hacían los molestos, pero para mí era puro teatro, pues en los pocos días que hicimos eso no tuvimos ningún problema.

Durante la huelga del 9 de abril de 1958, Carlos Gómez me dijo que fuera con Eliécer Grave de Peralta para las lomas de Santa Fe y esperáramos allí hasta que nos avisara para tomar el pueblo de Camajuaní. El día 8 nos fuimos para las lomas y estuvimos esperando hasta que el 9 por la noche regresamos al pueblo por la finca de Garabato. Carlos vivía por allí y fui a verlo para saber qué tendríamos que hacer, pues no teníamos ninguna noticia. Allí encontramos a Danny Crespo y Francisco Jiménez (Panchito), que habían ido también a buscar información. Carlos nos dijo que todo había fracasado, que nos fuéramos para nuestras casas hasta nueva orden.

El 10 de abril se apareció Carlos Martínez Reyes a mi casa y me pidió que destruyera un jeep que se había roto en Camajuaní. El vehículo era de unos revolucionarios que lo habían robado el día anterior en Cabaiguán y que venían con Carlos. Le dije no habría problemas, que yo me encargaría de aquello. El siguió camino hacia el pueblo de Vueltas. Llamé a unos parientes y les dije que lo desbarataran y lo desaparecieran.

Pero a los pocos días se aparecieron dos vecinos de Cabaiguán y al ver que estaban desarmando un jeep, se pusieron a revisarlo y vieron que aquél era uno de los dos que habían desaparecido días antes en su pueblo. Resultó que uno de los hombres era su dueño, fueron al cuartel y dieron parte del hallazgo y por eso se llevaron detenidos al que yo se lo había entregado con la orden que lo desaparecieran. Ellos lo que hicieron fue desarmarlo y se pusieron a vender las piezas. Parece que los que desarmaron el Jeep no pudieron aguantar el interrogatorio y dijeron que Miguel García les había vendido el jeep, cosa que era falsa.
A las pocas horas me prendieron a mí. Cuando me entraron al cuartel y vi a los que yo les había entregado el jeep y a otro señor, me imaginé que yo estaba en un gran problema.

Estado yo también detenido en el cuartel de Camajuaní entró el sargento jefe del cuartel en aquellos días y al verme, preguntó por qué yo estaba allí. Le informaron que estaba preso porque se me acusaba de revolucionario. El sargento que me conocía por haberme visto manejando la guagua del Central Fe y también algunas veces cuando en el central él se había dado algunos tragos con mi padre José García, dijo: ‘este muchacho es un hombre trabajador suéltenlo’.

Fui para casa y le informé a Carlos Gómez lo ocurrido. Éste me dijo que me perdiera por un tiempo. Pero no pensé en las consecuencias de lo ocurrido y esa noche me fui para el cine Rotella para resolver un problema personal. Delia Parra, que era la portera y también revolucionaria fue a decirme: ‘Miguel, allá afuera hay unos soldados preguntando por ti y ellos no son de Camajuaní’. El ejército de Batista me estaba buscando. Rápidamente salí por una ventana y fui para la zona de La Matilde. Como a las dos de la mañana regresé al pueblo por la línea del ferrocarril y me dirigí a la casa de García. Él y su hija Lily eran miembros del Movimiento en nuestro pueblo. Les pedí ayuda y él me llevó en su automóvil a esas horas de la madrugada para Santa Clara. Le rogué que le dijera a mi mamá que me fuera a ver al día siguiente, que la esperaría en la tienda Sears. Me dejó a unas cuadras de la casa de Domingo Cardoso, otro revolucionario que yo había conocido en casa de la familia de Rodolfo de Paz.

Cuando llegué me percaté de que la reja estaba cerrada. Domingo vivía en el primer piso, pero me las arreglé para subir por la fachada y le toqué en la ventana. Él me abrió la puerta, le expliqué lo que me había pasado. Me dijo: ‘Miguelito yo estoy muy quemado, de seguro el sereno de la ferretería te vio, es un chivato, toma estos diez pesos y vete para un hotel, te veré mañana’. Yo me dije… ¡para un hotel su madre! Me puse a caminar hacia el centro de Santa Clara, y como a las tres cuadras divisé un velorio y me dije: aquí paso yo lo que queda de la noche. Me senté en unas sillas que habían fuera de esa casa, al poco rato me di cuenta de que el único blanco que había allí era yo, pues el muerto era un señor de raza negra. Allí estuve hasta las 7 de la mañana cuando fui caminando para la tienda Sears a esperar a mi mamá, la cual llegó acompañada de mi padrastro Generoso Rodríguez. Ellos me dieron dinero y me marché para La Habana.

En La Habana fui para la casa de Eliope Paz Alonso y le conté lo sucedido en Camajuaní. Eliope me dijo que me quedara allí. Hice contacto con mis tíos Eloy y Consuelo García y me buscaron donde quedarme, pero me pasaba los días en la tabaquería de Eliope Paz. En ella trabajaba Overto Machado, uno de los fundadores del movimiento revolucionario de Camajuaní que había tenido que irse para la capital debido al acoso que le hacían en nuestro pueblo.

Eliope tenía muchos contactos con los revolucionarios en La Habana. Me llevó un día a la Plaza del Mercado Único y me presentó a un señor que era el contacto con Anastasio Cárdenas, éste me prometió que cuando llegara un contacto de la sierra él me avisaría y así fue. Un buen día Eliope me dijo: ‘¡Miguel llegó un mensajero de los alzados del Escambray¡’ Nos fuimos a hablar con él en la Plaza del Mercado del Cerro. Anastasio Cárdenas, que era de Camajuaní, era el dueño de la tarima frente a la cual nos reunimos. Éste le dijo al mensajero que yo estaba quemado y que tenía que irme para la sierra, pues si me cogían me mataban. El mensajero estuvo de acuerdo y a partir de ese momento me pegué a él como un chicle.

Cuando Eliope vio que nos marchábamos, llamó al mensajero y le dijo: ‘procura que él llegue a las montañas pues si le pasa algo, yo te busco donde quiera que te metas’. El mensajero le dijo: ‘él llegará a la sierra yo te lo aseguro’.

Al mensajero le decían «Valdecito», era de Sancti Spiritus. Me dijo que teníamos que ir al hospital que estaba al otro lado del Castillo del Príncipe. Que su señora estaba bastante enferma. Por lo cual nos quedamos dos o tres días en La Habana, hasta que nos fuimos para Sancti Spiritus.

Cogimos la guagua por la noche en La Habana, y al amanecer del día siguiente llegamos a Sancti Spiritus. Valdecito me llevó directamente para una casa que estaba situada en Dolores 60, cerca del río Yayabo, a la casa de la familia Suárez-Orozco, que se componía de su mamá, su hijo Gabrielito, el cual se dedicaba al giro de TV, y sus hermanas, María Josefa, Belén, Consuelo y otros de los cuales no recuerdo sus nombres. En esa casa me trataron a cuerpo de rey y no querían que me alzara. Al día siguiente empezaron a llegar amistades de la familia. Como los cubanos somos muy curiosos, todos querían ver al futuro rebelde. Recuerdo a las hermanas Brizuelas: Ana Lidia y Gladys. Conocí también a Piro Abreu. En esa casa fue donde Willian Morgan se refugió antes de subir al Escambray.

Al segundo día, vino a verme un joven que no me perdería ni pie ni pisada durante mi estancia en Sancti Spiritus. Se llamaba Manuel Solano (Manolito). Murió en combate el 27 de diciembre en Trinidad, al igual que Ernesto Valdés Muñoz (Valdecito). Del primer tema que hablé con Manolito fue de que teníamos que ser muy discretos hasta el día que yo me alzara. Él me dijo que sería mi guía y protector en el pueblo. Fue uno de los muchos que me ayudaron en Sancti Spiritus. Nadie me preguntó a cuál organización yo pertenecía, ni tampoco yo se lo pregunté a nadie. Todos conspirábamos contra el régimen de Batista y ésa era la única razón de nuestra lucha. Nadie me dijo que lucharíamos para instalar un régimen comunista.

Valdecito me iba a ver todos los días y me preguntaba cómo me trataban y si necesitaba algo. Yo le preguntaba que cuándo me subirían a las lomas y él me contestaba: ‘cuando baje el práctico que es el que manda de allá arriba’. Un día Manolito me dijo: ‘para poder alzarte tienes que tener un arma para que no seas una carga allá arriba’. Le contesté: ‘eso no es problema, yo tengo en Camajuaní armas’. Ante su gesto de incredulidad, le narré la historia que en mi pueblo antes de salir huyendo, el jefe del Movimiento 26 de julio Carlos Gómez, me había metido en un grupo que salíamos de noche por los campos de Camajuaní a confiscar armas a los guajiros y agregué: ‘mañana tú te vas para Camajuaní y hablas con Carlos Gómez’.

Yo no sé cómo Manolito lo hizo, pero a los pocos días me dijo: ‘Miguel mañana temprano nos vamos para Santa Clara pues tenemos una entrevista con Carlos Gómez en el bufete de abogados de la familia Asensio’. Fuimos y hablamos con Carlos, el cual muy emocionado me abrazó. Me quería mucho pues me conocía desde hacía mucho tiempo, de cuando yo manejaba la guagua del Central Fe donde él trabajaba. Nos veíamos a diario, además él era muy amigo de mi papá y de mi padrastro. En el bufete le explicamos que para que yo pudiera subir a la sierra tenía que tener un arma y él nos dijo que las que teníamos estaban en Camajuaní.

Como Carlos siempre fue un hombre de palabra, cumplió su promesa. Él y Manolito Solano habían entrado en contacto y por esa vía se pudieron alzar otros camajuanenses, gracias a que yo no tenía ningún reparo ni ego para evitar que otros siguieran mi camino (cosa que no sucedió con algunos en otras ocasiones).

A los dos días se apareció en la casa de Dolores 60, Felicio Torres. Era un chofer de piquera de nuestro pueblo que pertenecía al Movimiento y nos dijo: ‘ahí traigo las armas que Carlos Gómez les envía’. Mandamos a buscar a Manolito Solano y los tres nos montamos en el carro de Felicio y nos fuimos para un poblado que estaba en la carretera de Sancti Spiritus a Trinidad, llamado Capitolio. Antes de llegar al Cacahual nos bajamos en una casa y allí dejamos las armas, regresamos a Sancti Spiritus y Felicio se fue para Camajuaní muy contento al haber concluido con éxito su misión.

Mientras tanto yo seguía en esta ciudad esperando por el guía que me subiría a las lomas. Manolito Solano todo los días me llevaba a un lugar distinto y por eso pude conocer a bastantes familias en aquella comarca espirituana. Por ejemplo conocí a la familia Salas Valdés. Ellos la componía la matriarca Celia Valdés con sus cinco hijos, de los cuales cuatro varones Raúl, Beraldo, Rey, su hermana gemela Reina y el menor Ever Salas Valdés. Todos los hombres se alzaron en armas contra la tiranía de Batista y si Reina no fue también fue porque sus hermanos se lo impidieron. Estos hombres de la familia Salas Valdés alcanzaron grados: Beraldo y Raúl los grados de capitán, Rey y Ever los de teniente. Todos ellos eran muy valientes y muy serenos en los combates. También conocí a la familia de los Duque, la que también tenía a uno de ellos alzado en la Sierra Maestra. Fui a Zaza del Medio y conocí a la familia de Aurelio Nazario Sargen. A su hermano Andrés Nazario lo conocí en una tienda de efectos eléctricos que él tenía en Santi Spíritus y a partir de aquel momento lo visité con frecuencia.

Un día me encontraba limpiando mis zapatos en el parque Serafín Sánchez y vi al Chino Donate. Él era miembro de la policía de Batista y me conocía, pues siempre vivió en la cuadra de mi barrio en Camajuaní. Rápidamente me fui del lugar y regresé a la casa donde estaba yo escondido y le conté lo sucedido a Gabrelito Suárez. Él mandó a buscar a Valdecito Valdés y a Manolito Solano y les contó lo sucedido, por lo cual acordaron de que yo no saliera más a la calle.

Como a los dos días llegó un señor llamado Casito Gimeránez y me dijo: ‘yo soy el práctico que te llevará para las lomas’. Recogí mi uniforme y mis botas que las mujeres de esa casa me tenían preparado y me fui con el práctico para el lugar donde teníamos las armas escondidas. Ese lugar se llama Capitolio. Allí había dos muchachos más y partimos por la carretera de Trinidad para la finca El Cacahual en la zona de Banao. Nos desmontamos del carro y empezamos a caminar como una media hora hasta que llegamos a un campamento donde había otros rebeldes, eran unos cuatro. Allí conocí al jefe que se llamaba Leonardo Bombino y a uno de apellido Echemendía. Eran los jefes. Los otros eran como yo, bisoños en la futura guerrilla que allí se formaría. Al día siguiente trajeron a uno que decía ser hermano de Roberto Rodríguez , el famoso Vaquerito de Morón, dos de Ciego de Ávila y uno de Cabaiguán llamado Fidel Salas. Ya éramos once. Entonces Echemendía nos dijo que teníamos que poner guardias a las armas de Camajuaní. Yo escogí la que consideré la mejor, un rifle Winchester 44 con 10 diez balas. Las otras eran escopetas y dos revólveres. En los pocos días que estuvimos en ese campamento, yo por la mañana antes de aclarecer tenía que ir para la cima de la loma donde estábamos y vigilar la casa, los corrales que se divisaban desde allí y una carretera de los contornos. La otra posta a mí no me gustaba, porque era en una quebradera muy angosta y muy aburrida y… así pasaron los días.

Pero un día estaba de guardia en mi posición y cuando empezó a aclarar sentí un ruido de un motor de un camión. Cuando desapareció la niebla pude divisar que por los corrales de la casa se estaban desmontando de tres camiones soldados en zafarrancho de combate. Rápidamente bajé al campamento y se lo informé a Bombino. Él regreso conmigo a mi posta y al ver que ya empezaban a caminar hacía donde nosotros estábamos me dijo: ‘Miguel coge pal campamento y a recoger que nos estamos marchando de aquí’. Así fue, Bombino que era un guajiro criado en esas lomas, nos sacó por el otro lado de donde venían los soldados y ese día estuvimos caminando doce horas, al otro día diez horas. Empezamos a caminar de noche y para suerte de nosotros se destapó un temporal de lluvia que duró como cinco días. Nuestra salvación fue Bombino. Él conocía todos aquellos montes y dónde podíamos acampar. Él se desaparecía y a las dos horas nos traía una latas de malangas hervidas. Así atravesamos las maniguas de Michelena, Gavilanes y La Llanada de Gómez, hasta que un día llegamos al río Agabama y por primera vez nos alojamos en una casa de un guajiro de apellido Moreno.

No paraba de llover, el río estaba crecido. Por la primera vez desde que estaba alzado comí comida, lo que se llama comer en serio. Moreno al que le llamaban ‘bigote’ por tener un bigote descomunal, vivía allí en una buena casa con su hijo. Cuando él conoció que en el grupo iba uno de Camajuaní, quiso conocerme. Me dijo que él también era de Camajuaní, de La Sabana y me dijo: ‘a mi mamá le dicen La Coneja por aquellos lares’. Nos hizo unos frijoles colorados deliciosos, los mejores que yo me he comido en mi vida”. Miguel García Delgado.

Mañana te enviaré la segunda parte del testimonio sobre cómo y por qué Miguelito se alzó en el Escambray en los años cincuenta durante la dictadura de Fulgencio Batista.

Un gran abrazo desde La Ciudad Luz,

Félix José Hernández.


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