Navidad al calor de sangre de las banderas libertarias

21 12 2012

Foto: Portal: portalguarani.com

Por Luis Agüero Wagner

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En fechas próximas a la navidad de 1937, Joel Estigarribia dio calor de sangre a las banderas libertarias

El poeta paraguayo Julio Correa escribió en un poema dedicado a Joel Estigarribia que con lágrimas y con sangre las libertades se plasman, porque tienen calor de sangre las banderas libertarias. Se refería al martirio del héroe en fechas próximas a la navidad de 1938.

Esta historia había empezado cuando en mayo de 1934, tras la batalla de Strongest, el nombre del joven Mayor Estigarribia había sido envuelto por la leyenda. Los bolivianos habían logrado paralizar por entonces el frente paraguayo en la guerra por el Chaco Boreal, asistidos por un nutrido fuego de artillería, aviación e infantería.

Una densa polvareda flotaba sobre el campo de batalla cuando el coronel Gaudioso Nuñez, comandante del primer Cuerpo, sin conocer el número de atacantes, ordenó a sus divisiones enviar poco más de un centenar de hombres para contener el avance enemigo. Hacinados en el Reducto Cabral, los defensores paraguayos fueron atacados por implacable fuego de mortero.

“Semejantes a sombras, el centenar de defensores se arrastraban confundidos con la tierra y la maleza. Sudor y polvo de batalla cubrían su estropeado verde olivo, sus cuerpos apenas encontraban precario refugio en pozos individuales abiertos a machete o yatagán” narra un testigo presencial.

Al concluir la desigual lucha, los altos jefes bolivianos ingresaron en las líneas paraguayas preguntando “donde estaba su general”, pues estaban convencidos de que había caído en su poder toda una División paraguaya con su comandante incluido. “Los defensores del reducto” relata Rogelio Ferreira Guerreros, “los que hasta hace cinco minutos me estaban causando bajas” al decir del colérico coronel Rivas, “fueron requeridos para formar. Muchos no pudieron hacerlo”.

“Y el comandante del reducto? En medio de la confusión y el nerviosismo un hombre joven, tocado de aludo sombrero, pantalón a media pierna y una bolsa de víveres vacía, en bandolera, imponía su presencia invocando el supremo respeto de las trincheras para los que ya no tenían fuerzas para sostenerse. El capitán Joel Estigarribia, que de él se trataba, siguió ejerciendo en aquel trance su innato liderazgo, esta vez respaldado por el aval formidable de una resistencia increíble”.

“El primer batallón del R.I. 14 Mariscal López bajo el mando del capitán Estigarribia había cumplido su misión al máximo haciendo honor al inconmensurable compromiso sintetizado en el propio nombre de la unidad”. Todavía tomado por el estupor al comprobar la realidad, el comandante boliviano ordenó sean rendidos honores extraordinarios a la minúscula fuerza enemiga que se había agigantado en la lucha como aquellos espartanos de las Termópilas, cual cíclopes y titanes de la mitología.

La Revolución Traicionada

Joel Estigarribia perteneció, con sus contemporáneos, a la irrepetible generación de la guerra del Chaco. Aquel espíritu de fábula que alentó las pasiones de aquellos jóvenes y que dejaría un remanente en sus herederos inmediatos explica por qué aquel pueblo paraguayo se atrevió a soñar, en febrero de 1936, sin riendas lo imposible.

La atenta mirada de los amos de las finanzas imperialistas no tardó en cernirse sobre el Paraguay revolucionario. Y Spruille Braden, destacado exponente de la Standard Oil Company de New Jersey, empezó a descargar contra los negociadores y la cancillería paraguaya de la revolución de febrero su malhumor de accionista petrolero en saldo rojo.

Los negociadores neutrales en Buenos Aires empiezan a recibir permanentes visitas de enemigos del gobierno presidido por Rafael Franco solicitando ayuda boliviana para tumbar a la revolución. Eduardo Schaerer, de larga trayectoria en lo que a desestabilizar gobiernos paraguayos en beneficio de capitales extranjeros se refiere, se instala en Clorinda con el beneplácito del general Justo, para dirigir la campaña de difamaciones e intrigas contra el gobierno de la revolución. Panfletos elaborados por Efraim Cardozo con un mapa del Chaco acusando al gobierno revolucionario de intentar hacer enormes concesiones territoriales a Bolivia inundan las calles de la capital del pais. La Legación diplomática argentina en Asunción inventa incidentes para ejercer presión, y las poderosas tanineras aportan lo suyo: Las monedas de plata son suficientes para comprar a varios Judas Iscariote.

“La Forestal Argentina”, empresa en la que tiene participación el general Justo, paga el pasaje de Manuel Garay desde Buenos Aires hasta Asunción, con la finalidad de usarlo para sobornar a Jefes paraguayos que habrán de sublevarse contra Rafael Franco, el presidente provisional. Tres cañonazos disparados por el “Humaitá” señalan el levantamiento del 13 de agosto de 1937, que anuncian que el sueño de un pueblo se terminó.

Un Jurisconsulto civilista que promueve el Terrorismo de Estado

Lo que no hubiese podido hacerse jamás, en ningún caso, ni con orden judicial, se hizo bajo el gobierno del doctor Félix Paiva, profesor de derecho constitucional. No sería él quien contenga a la caterva envilecida que le cuidaba las espaldas, cuando que en 1922 no había podido asumir la presidencia ante la renuncia de Manuel Gondra, por ser incapaz de integrar un gabinete de ministros. Bajo su gobierno son apresados estudiantes, obreros, militares y cuanta persona resultare sospechosa a la guardia pretoriana del nuevo emperador Claudio.

El estudiante del Colegio Nacional Félix H. Agüero es secuestrado por la policía. Al presentar su familia un habeas corpus, el ministerio de Guerra informa que ha sido expatriado vía fluvial. Al poco tiempo unos pescadores encuentran flotando en el río el cadáver del infortunado estudiante, mutilado y con rastros de haber sido bestialmente martirizado.

El macabro asesinato causa tan honda consternación en los espíritus dignos, que el alma honrada del mayor Joel Estigarribia está preparada para sublevarse.

Navidad sangrienta

Director del Parque de Guerra durante el gobierno revolucionario de Rafael Franco, el Mayor Joel Estigarribia lleva ya varios meses en la clandestinidad cuando se elucubra un temerario plan para copar el parque de guerra en Campo Grande. Toda la oficialidad subalterna y la élite del ejército del Chaco están listas. Sólo esperan una señal del líder innato para sublevarse y restaurar el poder popular en la república.

“Era imposible no seguirlo, nadie podía resistirse” recuerda todavía el capitán Federico Figueredo, militar institucionalista que había ingresado al cuadro activo cuarenta y ocho horas antes de ser derrocado el gobierno de Franco. “Él era un símbolo para las Fuerzas Armadas”.

Aprovechando la distensión de las fiestas navideñas de 1937, Joel se introduce decidido al parque de guerra y se encuentra allí con el Mayor Fiore, antiguo compañero de prisión en Cochabamba, que se había comprometido con los conjurados. Al notar que éste titubea, Joel se da cuenta que cayó en una trampa.

“Sabías de la muerte” le dedicó Néstor Romero Valdovinos en su “Canto al Gesto de Joel”.

“Ya hacía rato la sangre que viajaba por tus venas tenía por las noches, rumor de rebeldía”.

Se escucha un intercambio de disparos, y el cuerpo sin vida de Fiore cae alcanzado por una bala en la cabeza proveniente del arma del Teniente Prieto. A su lado malherido, cae también Joel Estigarribia. El mayor Abbate y el sargento César Estelato reconocen a Joel malherido y niegan la muerte a la leyenda. Montan apresurados su cuerpo en un camión militar y enfilan rumbo al hospital militar. Sobre el kilómetro nueve de la vía férrea aguarda un retén con nutrido poder de fuego para acabar con el remanso de sueños de quienes suponen caminos nuevos y no andados por la patria.

Sembrando horizontes por el camino de la muerte

Los sicarios de Paredes y Sosa Valdez han descerrajado sus armas y apuntan ávidos de sangre y lágrimas. El transporte militar detiene su marcha y en un supremo esfuerzo, Joel se incorpora sólo para morir de pié. Una descarga de fusilería le destroza la garganta y el pecho y su cuerpo cae temblando como una bandera al ser arriada. Con gesto de hombría su sangre indeleble escribe así la manda de andar por los caminos terribles de la lucha con la frente en alto.

Desde aquella noche, asegura Néstor Romero Valdovinos, la voz y la consigna del mayor Joel Estigarribia “Transitan por las calles, asoman en los mitines, rebullen en las gargantas, florecen en las arengas y se agitan en las banderas”.

El capitán que vino a libertar a la patria caída había partido sabiendo que su muete se convertiría en una siembra de horizontes. Y sobre esa siembra caería sangre fecunda como lluvia generosa.

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